lunes, 10 de octubre de 2011
Un manjar de abolengo
Era un futbolista retirado. Pero ahora tenía un pequeño restaurante de mariscos en el que al parecer, la vida le sonreía. Ahí acudímos a comer algo. Recuerdo haber solicitado una langosta, y aunque confesé no saber cómo comerla, el mencionado anfitrión me dijo que no me preocupara, que para eso existía un video titulado "Cómo comer su langosta", en el que paso a paso me dirigirían la manera de degustar este manjar. Una vez con el televisor a la vista, iniciamos la operación. "Hay que tener mucha paciencia, y con este cuchillo pequeño hay que desprender todas esas bolsitas que le cuelgan al animal...son sus testículos", informaba el "guía". Y eran cientos de bolsitas que una vez desprendidas, despedían un olor fétido. Y de ahí, no recuerdo siquiera haber alcanzado la carne blanca de la langosta, pues invertí mucho tiempo en esta penosa acción.
viernes, 23 de septiembre de 2011
Humo de incienso antes del combate
Estaba por iniciar un segundo combate, sólo que esta vez no se trataban de peleas amistosas, había un gran público sediento de sangre. Me encontraba sumamente lastimado ya que minutos atrás había enfrentado una pelea. Como se nos obligó a tomar un arma para defendernos, adquirí la primera que apareció frente a mí, y se trataba de un bastón largo de bambú; pese a que quise cambiarlo por unnos chacos de metal, ya no se me permitió. Un hombre nos "limpiaba" con humo de copal, antes de entrar al área definida para pelear. Cuando me tocó a mí, sentí que algo se movía, agitado, dentro de mi cuerpo. Y me quedé navegando en ese mar de humo oloroso.
Corrí un poco para calentar mis músculos y no perder la condición física. No recuerdo más.
Alguien me acompañaba en plena carretera, pero no viajábamos en auto, sino que eran carros de mandado los que nos llevaban sobre el asfalto.
Sostuve una larga pelea con Erick, quien fuera compañero laboral, y era imposible vencerlo por su gran tonelaje, hasta que decido tomar uno de sus dedos y torcerlo con tal fuerza que resulté vencedor.
Corrí un poco para calentar mis músculos y no perder la condición física. No recuerdo más.
Alguien me acompañaba en plena carretera, pero no viajábamos en auto, sino que eran carros de mandado los que nos llevaban sobre el asfalto.
Sostuve una larga pelea con Erick, quien fuera compañero laboral, y era imposible vencerlo por su gran tonelaje, hasta que decido tomar uno de sus dedos y torcerlo con tal fuerza que resulté vencedor.
Miradas, peleas y demonios
Escuchaba una canción de Gloria Estefan, no sé cómo se llama pero es música bailable. Fue extraño, pues me encontraba en una pequeña casa que, al parecer, acababa de comprar con mi crédito Infonavit. Me mostré preocupado por el descuento que vería reflejado en mi nómina, y me preguntaba constantemente si podría solventar esta inversión. Pero una vez que salí de ahí, me puse a bailar como un loco.
Regreso a clases. Recuerdo haber sido muy popular. Entre clase y clase, un compañero de nombre Agustín me convidó de su comida. Era una torta de bistec, muy rica por cierto, pero bastante llenadora.
Hubo una pelea deportiva entre dos personas. Uno de ellos ya tenía sobrada experiencia en este tipo de eventos, así que se nos hizo un poco desigual el encuentro. Ignoro el resultado final.
Una pareja de jóvenes me miraban con frecuencia. Esto lo comenté a una compañera, no sé si era mi novia. Me dice: "¡Obvio que te van a mirar, pues siempre les hablo de ti!".
Mientras intentaba dormir entonando el Padre Nuestro, unos jóvenes a mi lado repetían cada una de las frases. Pero cuando así lo hacían sus rostros se transformaban en seres terroríficos. Eran demonios, pensé yo. Y en efecto, no me equivocaba.
Regreso a clases. Recuerdo haber sido muy popular. Entre clase y clase, un compañero de nombre Agustín me convidó de su comida. Era una torta de bistec, muy rica por cierto, pero bastante llenadora.
Hubo una pelea deportiva entre dos personas. Uno de ellos ya tenía sobrada experiencia en este tipo de eventos, así que se nos hizo un poco desigual el encuentro. Ignoro el resultado final.
Una pareja de jóvenes me miraban con frecuencia. Esto lo comenté a una compañera, no sé si era mi novia. Me dice: "¡Obvio que te van a mirar, pues siempre les hablo de ti!".
Mientras intentaba dormir entonando el Padre Nuestro, unos jóvenes a mi lado repetían cada una de las frases. Pero cuando así lo hacían sus rostros se transformaban en seres terroríficos. Eran demonios, pensé yo. Y en efecto, no me equivocaba.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
De mareos y confusión
Me encontraba tal vez en una escuela a la que asistía cuando niño. Quiero pensar que era la primaria Venustiano Carranza, en la ciudad de Monterrey. Pero en esta ocasión yo era el responsable de darle mantenimiento al edificio. Al menos eso fue lo que pensé, pues me empeñaba en arreglar unas lámparas instaladas en un espacio con alto grado de dificultad. Lo curioso en este caso es que padecí de vértigo, y hasta en el mismo sueño me asombré de esta situación. No podía creer que una persona tan aventurera en todos los extremos, como era mi caso, ahora me aterrara ver el suelo desde una altura de seis metros. Era algo difícil de creer, pero estaba sucediendo. Fue tanto mi malestar que fui a recostarme un momento en mi área de descanso. Creo que ahí también vivía. Mi pretexto fue decir que no podía trabajar mientras hubiera alumnos en el plantel, cuando en realidad eran las alturas las que me provocaban náuseas. Ya en mi cuarto, recuerdo haber compartido una plática con Vicky, una adolescente que fue compañera laboral, y a quien estimo enormemente. No sé de qué charlábamos, pero me hacía recordar mucho a una persona, a la que de igual manera, quise en su momento, pero por cuestiones de generación, o de edades, mejor dicho, pues no se pudo llegar a nada. Le hablaba a Vicky con tanta amabilidad y dulzura, que hasta ha de haber creído que quería ocupar el puesto de su señor padre. No recuerdo haber sentido atracción hacia ella, sólo ternura y protección.
domingo, 18 de septiembre de 2011
Tentadora invitación
Abraham y Alejandro fueron compañeros de escuela cuando éramos niños. Se hicieron presentes en el sueño de anoche. Algo curioso que aconteció en el mismo, fue que Alejandro me decía que habría una sesión en su casa, donde se jugaría a la ouija. Pese a mi extrañeza, recordé que cuando estábamos en la escuela, muchos años atrás, ya me había comentado que jugó con ese instrumento y que no le había pasado nada malo desde entonces, como según suelen decir quienes se atreven a jugar con lo oculto. No recuerdo haber ido a jugar con él, pues mientras esto me decía, hablaba por mi celular aunque no logro recordar con quién, y mucho menos de qué temas charlábamos.
Creo que es todo lo que puedo recordar.
Creo que es todo lo que puedo recordar.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Entre focas, baile y deporte
Era yo un empleado más de aquella mansión. Ayudaba en las labores cotidianas, y dormía al igual que los demás trabajadores en el mismo cuarto. El día último, en que la mansión debía abandonarse durante un período, recuerdo que mi obligación era acarrear diez focas, para colocarlas dentro de un gran tambo con agua. De las diez focas, cinco de ellas eran pequeñas, y las restantes eran enormes. Éstas últimas serían mi primer tarea, situación que me provocó mucho temor, pues se salieron de control, y aquellas mascotas amables y cariñosas con sus cuidadores, quedaron en el olvido. Estábamos dentro de un centro comercial, lo recuerdo bien, y fue precisamente en el área de congelados, donde había la indisciplina. Saludé a todos los que se encontraban ahí con cierta familiaridad. Hasta logré observar a quien fuera medallista olímpico en 1984, Raúl González. Como estaba muy ocupado ni siquiera me devolvió el saludo. Es todo lo que puedo recordar, puesto que el temor me invadió por completo y sólo pensaba en correr y escalar cualquier lugar para que no me alcanzara el mamífero...En otra parte del sueño, estaba dentro de una habitación, no recuerdo exactamente con quien, había alfombra, y de repente me puse a realizar una especie de sentadilla, como las que utilizaba John Travolta en "Fiebre de Sábado", justo cuando hipnotizaba al público con su baile en solitario. Estando yo realizando esto, no se me olvida que hasta dije a mis oyentes: "¡Mejor ejercicio que éste para fortalecer las piernas, no hay!". Y todos reían. Por un instante creí que mis acompañantes de trabajo, siempre habían sido unos primos, los hijos de mi tío Lupín, pero no logro recordarlos a la perfección.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)